Desde hace tiempo os hablamos de
las complicaciones que surgen en el día a día de las personas con discapacidad.
Hoy os vamos a contar la diferencia que vivimos en dos ocasiones distintas en
las que hicimos planes de ocio familiar.
Hace unas semanas fuimos al
teatro con los niños, concretamente al Teatro Filarmónica de Oviedo. Antes
de ir y ya que en la web no vimos nada,
llamamos para asegurarnos de la accesibilidad del recinto y para saber si existían plazas reservadas para
personas con discapacidad. La primera vez que nos contestaron nos dio la
sensación de que la persona con la que hablábamos le parecía que lo que le
decíamos era como de otra galaxia, no nos supo resolver y nos remitió a las
taquillas del teatro. Llamamos y llamamos a las taquillas pero no nos contestó
nadie, así que volvimos a llamar a Patronato del Ayuntamiento; esta vez nos
pasaron con el responsable que nos dijo que era accesible y que había espacio
para las sillas de ruedas detrás de la última fila, con lo que si nos queríamos
poner todos juntos estábamos condenados a estar atrás del todo en un teatro que
estaba, como mucho, mediado. Finalmente decidimos sentarnos en una butaca normal
y coger a Diego en el cuello, de momento que todavía podemos.
Al llegar al teatro nos dicen, de
una forma bastante poco amable por cierto, que la silla
la tenemos que dejar en el hall como hacían los demás padres, les digo que para
eso tengo que conseguir subir los escalones, ya que esta es una silla
ortopédica y no de bebé, así que a pesar de existir un salvaescaleras cogen
conmigo la silla y subimos los escalones. Una vez colocados dentro sacamos la
silla al hall y allí se queda, silla que os recuerdo cuesta unos 3.000 euros. Finalmente,
tanto Diego como Nacho disfrutaron mucho de la obra, por lo que lo dimos todo
por bien empleado.
Hace unos días fuimos a Gijón a
ver un musical de los Cantajuegos en el salón de actos de la Cámara
de Comercio. A diferencia de la vez anterior no nos hizo falta llamar,
porque al entrar en el plano de la web ya vimos que en la zona centro había
unas estupendas plazas reservadas para personas con movilidad reducida.
Teniendo en cuenta que las entradas las compramos el último día, los sitios
junto a estas plazas estaban ocupados, con lo que al final optamos por hacer lo mismo que la vez anterior, pero sabiendo que de haberlas cogido con tiempo hubiéramos podido usarlas con comodidad. El día de la sesión
el acceso no tenía problema ya que existe ascensor y rampa, sentándonos con
Diego una vez dentro. A diferencia de en Oviedo, esta vez la silla la pudimos
dejar en las plazas reservadas, de forma que no quedó expuesta en el hall como
había pasado allí.
En ambos sitios conseguimos
disfrutar de las funciones, pero la diferencia es que en una tuvimos que llamar,
revolver y preguntar, necesitando que allí se nos tratara de forma diferente, mientras
que, en cambio, en la otra fuimos uno más, nadie tuvo que estar pendiente de
nosotros.
Esta es la diferencia entre normalizar y apañar: lo que pedimos no es un favor, es la normalización, ser uno más y no tener que depender de ir dos personas
con la silla o que haya un buen samaritano que nos ayude. Y por supuesto no nos
parece normal estar condenados a tener que sentarnos tras la última fila en un
hueco que les había quedado (que es lo que era, no es que se hubiera
acondicionado un espacio, sino que aprovecharon un hueco) y menos cuando el teatro está vacío desde la mitad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario