El otro día paseando nos dimos cuenta que hacia muchísimo tiempo que no entrábamos en una cafetería que antes frecuentábamos bastante, y caímos en la cuenta que desde que habíamos tenido a Diego, ya no habíamos vuelto a ir, y la razón no era otra que la falta de espacio para estar allí con una silla de niño (no os digo nada ahora que vamos con dos).
Nos pusimos a pensar en la cantidad de cosas que dejas de hacer o los hábitos que cambias de manera innata cuando pasas de ser dos a ser tres (o cuatro).
Cambias el enfoque y pasas a verlo todo desde un prisma diferente: cafeterías con espacio suficiente para estar agusto con una silla, bares demasiado ruidosos, cenas que se alargan cuando sabes que a las siete te van a tocar diana, sitios a los que ir cuando el día no acompaña......y nosotros tuvimos suerte que ya no había que escoger entre bares donde se fumara y donde no, todo un comedero de cabeza en su momento.
Particularmente no vivimos todos estos cambios como una pérdida de algo, sino como una adaptación natural que forma parte de una nueva etapa de la vida, pero sabemos que no siempre es así. A veces pretendemos mantener nuestras costumbres intactas, viviendo como si no tuvieras un apéndice chiquitito al lado que te trastoca cada plan que hagas. Y reconozcámoslo, o lo asumes y vives en consecuencia, o nadarás contracorriente siempre.....con lo cansado que es eso.
Ahora que somos cuatro y que llevamos dos sillas siempre a todas partes, las opciones menguan todavía más, necesitando de más logística. Nosotros decimos que es como tener bebes gemelos y un poco más, ya que, aunque las necesidades de alimentar, cambiar y transportar son las mismas para los dos, Diego tiene un plus de cuidados y atención constante que Nacho con frecuencia ya no necesita.
Pero merece la pena el cambio, ya sabemos que es algo que todos los que somos padres repetimos hasta la saciedad, ¡¡pero es que es así, no os mentimos!!
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