Siempre decimos que por suerte en los últimos años las cosas, en lo que se refiere a la discapacidad, han cambiado mucho, pero que nos falta mucho camino por recorrer.
Nosotros no solemos utilizar mucho el transporte público con Diego, pero el otro día se nos ocurrió ir a Oviedo en tren, en RENFE para más detalles.
Es cierto que aunque Diego tenga discapacidad la forma de movernos con él no se diferencia gran cosa de aquellos que llevan un bebé, su silla es un poco más grande y pesada, pero se mueve con mucha facilidad y menos mal, porque viendo el trayecto desde el punto de vista de una persona que viaje sola en silla de ruedas, el panorama es bastante desalentador.
Lo primero que me llamó la atención fue que los tornos que dan acceso al andén no todos están preparados para sillas de niños o de ruedas, solamente uno es lo suficientemente ancho y permanece abierto el tiempo necesario como para pasar ese tipo de usuarios. Lo siguiente fue subirse al tren, nos dirigimos hacia la puerta que lucía la señal de adaptada y para nuestra sorpresa apareció una mini plataforma que dejaba un escalón y un hueco entre el andén y el tren, gracias a la agilidad de la silla de Diego subimos sin problemas, pero os puedo asegurar que eso no hay silla de ruedas que lo salve. Por curiosidad y con el pensamiento de que la causa podría ser la vejez de la estación de Lugones me fijé en lo que sucedía en La Corredoria, cuya estación es de las más modernas y aunque esa un poco menos malo, de ninguna manera se podía considerar aceptable. Al llegar a Oviedo la bajada fue mejor, la lata fue que aquí también había solo un torno que pudieramos utilizar y entre sillas de bebé, personas con bolsas y otra que optaban por ese torno la cola que se formó fue importante.
Llegó el momento de volver, esta vez ya era todo conocido, no esperábamos sorpresas, pero todavía tuvimos alguna, el tren llegaba por el segundo andén lo que nos obligaba a cruzar, buscamos el ascensor que nos permitiera hacerlo y lo llamamos, el tiempo de espera fue altísimo y teniendo en cuenta que luego tuvimos que coger otro para volver a bajar el proceso nos pareció eterno. Como parte positiva en Lugones los ascensores fueron mucho más rápidos y cómodos.
Todo esto que para nosotros resulta casi anecdótico, ya que con la silla de Diego no tuvimos problemas reales y que estábamos de paseo, por lo que los tiempos no nos agobiaban, se puede convertir en un calvario para personas con discapacidad que cada día quieren usar el transporte público para ir a trabajar o estudiar y que, como los demás, llegan apurados, tienen prisa y van solos.
Nosotros no solemos utilizar mucho el transporte público con Diego, pero el otro día se nos ocurrió ir a Oviedo en tren, en RENFE para más detalles.
Es cierto que aunque Diego tenga discapacidad la forma de movernos con él no se diferencia gran cosa de aquellos que llevan un bebé, su silla es un poco más grande y pesada, pero se mueve con mucha facilidad y menos mal, porque viendo el trayecto desde el punto de vista de una persona que viaje sola en silla de ruedas, el panorama es bastante desalentador.
Lo primero que me llamó la atención fue que los tornos que dan acceso al andén no todos están preparados para sillas de niños o de ruedas, solamente uno es lo suficientemente ancho y permanece abierto el tiempo necesario como para pasar ese tipo de usuarios. Lo siguiente fue subirse al tren, nos dirigimos hacia la puerta que lucía la señal de adaptada y para nuestra sorpresa apareció una mini plataforma que dejaba un escalón y un hueco entre el andén y el tren, gracias a la agilidad de la silla de Diego subimos sin problemas, pero os puedo asegurar que eso no hay silla de ruedas que lo salve. Por curiosidad y con el pensamiento de que la causa podría ser la vejez de la estación de Lugones me fijé en lo que sucedía en La Corredoria, cuya estación es de las más modernas y aunque esa un poco menos malo, de ninguna manera se podía considerar aceptable. Al llegar a Oviedo la bajada fue mejor, la lata fue que aquí también había solo un torno que pudieramos utilizar y entre sillas de bebé, personas con bolsas y otra que optaban por ese torno la cola que se formó fue importante.
Llegó el momento de volver, esta vez ya era todo conocido, no esperábamos sorpresas, pero todavía tuvimos alguna, el tren llegaba por el segundo andén lo que nos obligaba a cruzar, buscamos el ascensor que nos permitiera hacerlo y lo llamamos, el tiempo de espera fue altísimo y teniendo en cuenta que luego tuvimos que coger otro para volver a bajar el proceso nos pareció eterno. Como parte positiva en Lugones los ascensores fueron mucho más rápidos y cómodos.
Todo esto que para nosotros resulta casi anecdótico, ya que con la silla de Diego no tuvimos problemas reales y que estábamos de paseo, por lo que los tiempos no nos agobiaban, se puede convertir en un calvario para personas con discapacidad que cada día quieren usar el transporte público para ir a trabajar o estudiar y que, como los demás, llegan apurados, tienen prisa y van solos.
¿Es que por tener una discapacidad no tienen derecho a apurar los últimos minutos en la cama como hacemos todos?
¿Es que no se pueden permitir viajar solos por si surge una dificultad?.
Creo que a estas alturas, que mandamos cápsulas a Marte y los coches empiezan a conducirse solos, con un poco de intención no sería tan difícil conseguir que un tren de cercanías fuera accesible y no una barrera insalvable.
Es triste, pero como en tantas ocasiones el problema para las personas con discapacidad no es su propia limitación sino la que le impone el entorno.
Creo que a estas alturas, que mandamos cápsulas a Marte y los coches empiezan a conducirse solos, con un poco de intención no sería tan difícil conseguir que un tren de cercanías fuera accesible y no una barrera insalvable.
Es triste, pero como en tantas ocasiones el problema para las personas con discapacidad no es su propia limitación sino la que le impone el entorno.
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